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Comentario al libro "Varones. Género y subjetividad masculina" de Mabel Burín e Irene Meler

Elina Carril Berro


Mabel Burín e Irene Meler
Varones. Género y subjetividad masculina
Editorial Paidós
Buenos Aires, 2000
369 páginas

Dictamen

Jorge Castillo dictaminó:

A partir de los Estudios de la Mujer y posteriormente los Estudios de Género, las condiciones de opresión, exclusión y discriminación de las mujeres quedaron en evidencia, así como los dispositivos sociales y las operaciones simbólicas que favorecieron su legitimación.

Recordando a Simone de Beauvoir , en aquello de que las mujeres no nacen, se hacen. la comentarista recuerda que con los varones pasa lo mismo. Y no podría ser de otra manera si estamos hablando de la especie humana, que abarca no solamente los géneros, sino básicamente su existir en un lugar determinado, con su historia, su cultura y el paisaje condicionante -aunque también condicionado- del que no podemos prescindir, más allá de los genitales heredados, del género impuesto por el grupo social al que pertenecemos o del uso creativo o no de nuestra sexualidad y las sublimaciones o mayor o menor combinación de represiones y sus variantes que aprendimos a instrumentar.

Lo anterior existe. Y es esa igualdad de oportunidades en potencia que caracteriza al ser humano, la que se ve restringida, aprobada, negada, protegida o subestimada de acuerdo al patriarcalismo imperante, por un lado, pero también por ese matriarcado que nos muestran tantas culturas de ayer y de hoy, en donde como distintas caras de la misma moneda, la mujer "manda" (ordena) y demanda (reclama) el poder masculino, por ese pretexto biológico de cuidar a las crías y servirles de sustento hasta que se autoabastezcan y empiecen de nuevo la lucha por imponer su poder: el tradicionalmente femenino de la seducción y el igualmente tradicional discurso "machista" de quienes porque fueron criados como que lo tienen, o porque desde niñas se acostumbraron (¿o no?) a no tenerlo, reivindican el pene como pasaporte a la felicidad. Y así les va, a Ceros y otros, cuando se olvidan de la existencia de los demás, y dejan en el camino la solidaridad; la diversidad cultural (que también debe reconocer una diversidad biológica) y desde luego, el género.

Interesante el planteo que se hace de esta pareja-despareja que reivindica justamente esa diver-sidad -aún en el género- pero que son interpretadas por la comentarista como ejecutando una obra "a dos manos" (¿y las otras dos, dónde quedaron?; ¿o es un clásico lapsus calamus a través del cual nos presenta a mujeres activas "metiéndose" en el texto que analizan, pero "mancas" y por ende -para placer de los machistas- "discapacitadas"?). El "piano propio", también suena como redundancia, porque a menos que sean virtuosas de "una sola mano", el concierto sólo tendrá sentido (coherencia) si ejecutan las dos -al unísono- las distintas líneas del pentagrama.

Quizá el "respeto mutuo y la comunidad de ideas" que jerarquiza la comentarista del libro de Burín y Meler, no queden visibles solamente en las reiteradas citas que cada una hace de la otra, sino mucho antes, cuando decidieron asociarse para mostrar los resultados de su producción propia y local.

Algo de todo lo anterior se refleja en la referencia de la comentarista sobre Joan Scott reconociendo la dificultad de estudiar las diferencias psicológicas entre hombres y mujeres, cuando no se tiene en cuenta la cultura, que es el producto obvio y necesario -en permanente construcción- de la sociedad.

El mismo Freud centró su psicoanálisis en la jerarquización del entorno natural y cultural en donde viven los seres humanos. Sus minuciosas descripciones de época y lugares, amenizadas con sus observaciones oportunas, y algunas "infidencias" (pero nunca infidelidades) sirven hasta hoy para ubi-carse en una realidad determinada; en hábitos y costumbres exigidos culturalmente, de donde surge con más o menos fuerza -según las presiones, seducciones, potencia o exclusiones- esa personalidad que no por ser lo que caracteriza al hombre individual, deja de tener fuertes arraigos en el pasado, se deja arrastrar hacia el futuro y vive el presente en permanente conflicto de identidad y búsqueda del Otro, que ya sabemos es Cero mismo; yo, nosotros y ellos.

Desde esta perspectiva, Elina Carril destaca el análisis del "poder implícito en los vínculos sexuales y afectivos entre los sexos" que se hace en el libro, lo que es reconocer la esencia de ese ser en el mundo para otros y por otros. Y es oportCero enfatizarlo.

Trabajar sobre la masculinidad social y la construcción de la subjetividad masculina, es para la comentarista una de las líneas principales del libro, especialmente porque implica reconocer el valor de analizarla desde la Antropología y el Psicoanálisis. Jerarquizar este enfoque, por parte de Elina Carril, es poner énfasis en una línea ideológica que apunta a reconocer a la masculinidad como producto de un proceso complejo de construcción que se inicia en la infancia y en donde para nada es ajena la cultura y los impactos -negativos o positivos- que produce en el hombre.

El comentario es un buen trabajo de síntesis, y aporta de manera prolija y amena a la promoción del libro y a la concientización del lector acerca de algCeros conceptos claves para entender los estudios de género y conciliar viejas diferencias que quizá no sean tales, ni tan virulentas como las pretenden algCeros, sino representaciones que esperan ser comprendidas desde el marco siempre cambiante de la Cultura, que junto con la Naturaleza son los soportes principales de lo que somos y queremos, pero también para qué servimos y qué hacemos.


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